miércoles, 3 de octubre de 2018

El Último Caballero



         El cielo era gris ceniza. El viento un feroz huracán. Él era una sombra, era una fugaz sombra nada más. Su figura había logrado alcanzar lo alto de la colina. Estaba exhausto. Su rostro marchito, su mirada perdida, imbuida de una inefable tristeza. Difícilmente se mantenía en pie. El viento arreciaba. La lluvia comenzaba a azotar el paisaje con gran violencia.
Sus rodillas se doblaron. Clavó su espada en el suelo y gritó. Un trueno restalló a la vez sobre el negro horizonte. Había llegado arriba de la cumbre  y allí no había nada ni nadie. Él era el último, el último caballero. Nadie le seguiría. Nadie le vería morir ni exhalar su último aliento. Sus ojos, anegados en lágrimas, se alzaron hacia el oscuro cielo. ¿Suplicaba? ¿O era una despedida? Sus fuerzas le abandonaban.  Otro trueno y el olvido. Sus ojos se cerraron para siempre.
La lluvia caía sin cesar y cubría su cuerpo inerte.
No  sólo había muerto un hombre. Con él había muerto mucho más. Con él se enterraban las últimas esperanzas y sueños del ser humano.
Pero el mundo indiferente y despiadado sigue girando. Sigue la vida,  y ya ni cenizas quedan de todo aquello.
Sólo algunos pocos le recordamos.
Allí yace enterrado el Último Caballero, junto a los sueños del ser humano. 

Sir Percy

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