viernes, 22 de junio de 2018

Una Ventana que da a los Sueños


   
                         "¡Cuán ingenuos somos al pensar que la fantasía no forma parte de la realidad!"


                           Cuando Lucía sacó el muñeco de la caja no sabía que hablaba al apretarle la barriga. Se lo habían regalado por su octavo cumpleaños. El muñeco era una especie de oso con grandes orejas, de pequeño tamaño, marrón y blandito.  En la caja no ponía nada de que tuviera sonido así que se llevó una grata sorpresa cuando al apretarlo comenzó a hablar. No entendió lo que dijo, pero lo dejó a un lado para ver el resto de sus regalos: una caja de pinturas, un cuaderno y unos diminutos muebles que quedarían perfectos en su casa de muñecas. Aquel día estaban sus tíos en casa y había mucho griterío y le cantaron “Cumpleaños Feliz” dos veces, y luego fueron a degustar una deliciosa tarta de chocolate, junto a otras variadas y deliciosas golosinas. En verdad que había sido un gran cumpleaños. Lucía lo había pasado muy bien y estuvo jugando toda la tarde con sus amigos en el patio.
Llegó la noche y la madre de Lucía entró en su habitación para darle un beso de despedida. Ella,  tumbada en su cama, cubierta con una manta de grandes dibujos de colores,  dio un gran abrazo a su mamá y le dio las buenas noches. La mujer apagó la pequeña lamparita que había sobre la mesilla y se fue lentamente,  procurando no hacer ruido. Lucía tenía mucho sueño, aunque con toda la agitación del día le costaba dormirse. Se giró sobre la cama y se topó con algo blandito: era el muñeco con forma de oso que le habían regalado. Lo tomó entre sus manos y volvió a apretarlo. Una extraña voz con un acento muy particular y jocoso exclamó algo así como “chiribín”, o eso creyó oír. Se escuchaba mal, así que lo volvió a apretar una, dos veces más, y efectivamente, decía “chiribín” ¿Qué quería decir aquello? ¿Y esa voz tan extraña, casi insultante? No tenía ni idea, ni le sonaba esa palabreja.  Sus párpados empezaban a pesar, así que la niña dejó el muñeco y en poco tiempo estuvo dormida.
Soñó con un bosque verde, tan verde como uno lo pueda imaginar, y un sol radiante que luchaba por penetrar con sus rayos entre los árboles. Y de repente anocheció, y la luna de plata derrotó al sol arriba en lo alto, y se llenaba todo de estrellas que brillaban parpadeantes. Ella estaba en mitad de ese bosque, completamente sola. La luz de la luna revelaba sombras que se movían al compás de las hojas mecidas por el viento. La oscuridad era profunda  y Lucía sintió miedo. Unas formas extrañas y pequeñas se materializaron entre las sombras. Eran veloces, y hablaban con extrañas vocecitas entre risas y más risas. Y de pronto dejo de sentir miedo, y se sintió enormemente feliz, como una mañana de primavera. Y habló con la luna, y rió y lloró sin razón, y bailó y jugó con unos pequeños y adorables seres, y sintió una inefable dicha que envolvía su alma, sintió algo inmenso y bello que recorría todo su ser con entusiasmo.
Despertó. La luz del sol entraba a través de la persiana y resultaba un poco molesta. Se estiró y bostezó, se abrazó a su almohada y volvió a cerrar los ojos. Poco le duró aquel placentero instante: la voz de su madre gritando llegó a sus oídos. Era la hora de desayunar y ella aún seguía en la cama. Si se retrasaba un día de escuela, su madre se enfadaría, así que se levantó de un salto, se ajustó su camisón azul celeste  y salió velozmente a desayunar. Luego haría su cama. Primero tenía que llenar su estómago que ya estaba protestando.
Mojó las galletitas en la leche, y untó las tostadas con un poco de mermelada de fresa. Respondía  a su madre con desinterés pues aún tenía sueño y seguía con unas horribles ganas de volver  a su cama. Apoyó la cabeza sobre su  mano y se quedó pensativa. Vaya sueño tan raro había tenido. Qué extraño todo. Y qué terrible tener en un rato que ir a la escuela. Encima primero tenía que hacer su cama, arreglarse y recoger un poco su cuarto, o luego su mamá se enfadaría.  ¡Qué pereza!
Se cepilló los dientes a conciencia y regresó a su cuarto para hacer la cama. Con sorpresa vio que la cama estaba hecha y todo en perfecto orden. Qué bien, su madre era un encanto. Aunque habían quedado en que ya con su edad debía hacer ella las cosas de su cuarto, su querida madre le había ayudado esta vez. A toda prisa se vistió y se peinó, mientras su madre gritaba que se diera prisa o no llegaría a la escuela. Al fin cogió un bocadillo para el almuerzo y como un ciclón se colgó su mochila a la espalda, llena de libros, y salió veloz hacia la escuela, no sin antes dirigirse a su madre:
-¡Gracias mami por arreglarme el cuarto! Pero ya mañana lo haré yo, como habíamos quedado.
- No, Lucía, ¡yo no arreglé nada! – respondió la madre algo sorprendida. - ¡Anda corre o llegarás tarde, como siempre! ¡Que tengas buen día querida hija!
Lucía salió corriendo, llena de extrañeza.  ¿Le estaría tomando el pelo? Ella no había hecho nada, tenía que haber sido su madre…si, quizá su madre era demasiado buena y no quería reconocerlo. 
El día en la escuela fue aburrido. Reencuentro con sus compañeros, presentación de nuevos profesores, deberes y más deberes, y al fin de vuelta a casa. ¡Al fin!
Entró en su habitación, dejó la mochila y de un saltó se tumbó en su cama. De repente escuchó una voz y unas risas. Bien es cierto que parecían algo lejanas, pero la escuchaba con total nitidez. Se incorporó sobresaltada y allí, en mitad de su cuarto vio a un ser muy pequeño, de piernas delgadas como astillas, que se afanaba en comer una miguita de pan caída en el suelo, según le pareció.
-Ay si, si, qué hambre tenía, qué cosa más rica, si, si, si, qué hambre….
Y de esta manera, repitiendo lo mismo varias veces, alargando las palabras, y acompañando el discurso con risas varias que emitía en distintos tonos, devoraba esas migajas aquel diminuto ser.
-¿Pero quién eres tú? Mejor dicho ¿qué eres? – preguntó Lucía con sorpresa, acercándose con cuidado para ver mejor a la pequeña criatura.
-¡Soy Chiribín, soy Chiribín, soy Chiribín! – y así siguió repitiendo lo mismo varias veces entre carcajadas, saltos y aspavientos varios.
-¡Vale, vale, con una vez que me lo digas es suficiente! Chiribín, yo soy Lucía. ¡Ah! ¿No es ese el nombre que decía mi osito de peluche al apretarle la tripa? ¿Pero de dónde has salido? ¿Es real o estoy soñando? ¿Y mi peluche? ¡No entiendo nada!
Chiribín no mediría más de cinco centímetros, llevaba unas botitas verdes acabadas en punta  y unas mallas blancas apretadas a sus patitas como alfileres. Su cara era afable y tierna, pero con una mirada un tanto pícara. Tenía unos poquitos pelos de punta sobre su cabeza redonda, y unas orejitas que igualmente acababan en punta.
-Soy un duende, Lucía. Ayer gracias al muñeco, tú has abierto un portal donde habitan muchos duendes, y algunos nos hemos colado – Y rompió a reír, a  corretear  y a decir sin parar “¡Soy Chiribín, soy Chiribín!”
- Pero entonces, ¿fuiste tú quién hizo ayer mi cama y arregló mi cuarto? – preguntó la niña, que estaba boquiabierta, siguiendo a aquella criatura con la mirada.
- Ay, ay, ay, que va, no, no no, yo no hago eso- dijo entre risas- eso lo hicieron los Brownies – y volvió a reír sin parar y a correr y dar saltitos. –¡Yo soy muuuy travieso, si, si, muuuy travieso!
¿Qué era todo aquello?  ¿Brownies? De repente oyó unos pasos que se acercaban. Su madre parece que se disponía a entrar en el cuarto. Chiribín, ágil y veloz, dio un increíble salto y se metió  dentro del bolsillo  del vestido de la niña. La madre abrió la puerta.
-Lucía, ¿no puedes hacer menos ruido? Además, deberías ponerte a hacer los deberes hija mía, luego tendrás tiempo para jugar.
- Si mamá – respondió Lucía cabizbaja.
Cuando vio que su madre se había ido, metió la mano en el bolsillo y agarró al pequeño duende, que la miraba sonriente.
-¿Pero qué te crees que estás haciendo criatura? – dijo en tono de reproche
- Ay ay ay qué miedo, qué miedo me da esa gente tan graaande, si, si, si, mucho miedo, si. – respondió el duendecillo.
-¡Oh calla! ¡Deja de repetir mil veces las cosas! ¿Me vas a explicar quién eres, quiénes son esos brownies y de dónde has salido?
Entonces Chiribín le conto lo que sigue. Nos perdonará el lector no transcribir de forma literal el habla del duende, ya que sería harto incómodo,  por sus continuas repeticiones, risas, sus “coletillas” al hablar, y, en definitiva, por  ahorrarle la paciencia que tuvo que tener Lucía al escucharle.  Así pues lo resumimos  a nuestra manera:
Era, como ha quedado dicho, un duende, y era habitante del País de las Hadas, un mundo que a veces se solapa con el nuestro, y que no está a la vista de todos. Chiribín era de la especie de los duendes traviesos, cuyo máximo honor es molestar, incordiar y hacer travesuras. No obstante, no son malos y pueden llegar a ser cariñosos. Los Brownies eran unos duendes domésticos, que a veces gustaban de ayudar a las personas Grandes sin que les viesen, pero muy esquivos y mucho menos cariñosos. Los duendes podían llegar a nuestro mundo de varias maneras, una de ellas era por invocación de algún muñeco encantado.  Sin embargo no se dejaban ver, pues si les veía la gente Grande desaparecían de vuelta a su mundo e incluso podían llegar a morir. Su fe estaba puesta en los niños y en las personas grandes de alma pura que no se habían olvidado de soñar: sólo ante ellos se dejaban ver. A la gente Grande, por norma, les escondían cosas y les molestaban de diversas maneras muy sutiles para no ser descubiertos. 
-¿ Así que si mi mamá te llega a ver hace un rato, hubieras desaparecido?
- Ay si si si, qué miedo me da, si si si, desaparezco jajajaja, si si ¡qué miedo! – repetía una y otra vez el pequeño duende.
-¡Vaya! ¿y ahora qué hago contigo? – preguntó en voz alta la niña, sin esperar respuesta.
- Ay si si si, me das miguitas de comer, y me quedo en tu bolsillo, si, si, no pasa nada, de verdad que no es molestia, y no tienes nada que agradecer si, si, si. –respondió alegremente el pequeño duende con su particular voz jocosa.
-¡Pero qué cara tienes! Pero en fin, si no molestas mucho, me alegra ser de esas personas que os pueden ver. Oye Chiribín, y yo ¿podría ir al país de las hadas?
- -¡Soy Chiribín, soy Chiribín, soy Chiribín! Jajaj Si , si, si, ja, ja, ja, si puedes pero es peligroso, no es como esto. Además, le queda poca vida a nuestro país. – dijo con indiferencia mientras mordisqueaba una migaja que acababa de encontrar.
- ¿Qué? ¿poca vida? ¿Por qué?
- Ay, si si si, qué miedo qué miedo- abandonó por un instante la atención sobre su alimento, y respondió. -   Pues ya casi nadie cree en nosotros, e igual que la tierra vive gracias al sol, nuestro país se alimenta de la imaginación y la ilusión de las personas, pero cada vez queda menos, si si, muy poca.
-¡Vaya! ¿Y no hay nada que podamos hacer?
- Ay si si bueno yo te encontré y me he pedido tu bolsillo así que estoy a salvo, si, si, si, al menos mientras seas una niña…
Lucía pasó mucho rato hablando con el pequeño duende, que no dejaba de corretear, dar saltitos, hacer cabriolas, y tirar cosas. La niña se tuvo que armar de paciencia para soportarlo.
Pasaron los días y Chiribín se convirtió en fiel compañero de la niña, siempre en su bolsillo. Sólo salía cuando estaban a solas. Hablaban mucho  y llegó a ser su mejor amigo pese a sus innumerables travesuras. Era cariñoso, jugaba con ella y siempre le sacaba una sonrisa. Un día, incluso, la llevó de visita al País de las Hadas, y pudo ver a algunas hadas volando por el bosque. Pero fue poco tiempo pues era peligroso, decía el duendecillo. Y el País de las Hadas era como aquel maravilloso sueño que tuvo la noche de su cumpleaños, lleno de criaturas extrañas pero afables, dónde la magia volaba libremente y la infancia era eterna. 
Y pasaron los años y la niña se hizo mujer y se olvidó de todo aquello, y su corazón dejó de lado los muñecos, y su alma ya no encontraba magia cada vez que salía a pasear. Ya no hablaba con la luna, ni reía ni lloraba sin motivo. Había crecido, había hecho frente a los problemas mundanos de la adolescencia.  La razón había sido un ariete que había demolido la muralla de los sueños.  Las huellas de la inocencia habían sido borradas por las olas de la vida.
Todo se había desvanecido,  había quedado como un sueño borroso.  Simples juegos de niños. Fue poco a poco, el pequeño duende se fue haciendo cada vez menos visible hasta que un día desapareció y nadie le echó de menos. Nadie se acordó de él. 
Pasado un tiempo, Lucía, ya mujer,  regresó a la que fue su casa a visitar a su madre. No la veía mucho últimamente y había decidido hacer una visita. Estuvieron bastante tiempo hablando de la vida, del pasado, de los juegos y de los tiempos que ya no están, tal y como gustan de hablar los mayores. Al fin y al cabo sólo somos recuerdos. 
 Su cuarto estaba intacto, limpio, recogido y ordenado.  Qué gusto volver a entrar en ese sitio tan acogedor de su infancia. Se sentó en su camita y miro en derredor con curiosidad y cierta admiración. ¡Cómo había pasado el tiempo! Su corazón pareció encogerse con los recuerdos. Algo oprimió su pecho, una angustia inexplicable, una dulce y amarga añoranza. Una lágrima empapó de pronto su mejilla. ¿qué le ocurría? Abrió el cajón de la mesilla buscando un pañuelo, y allí estaba: era un muñeco de peluche, con grandes orejas, marrón y blandito. Lo cogió, lo apretó contra su pecho, cerró los ojos y sus labios se movieron : “Chiribín, Chiribín, Chiribín” pronunció sin saber bien por qué.
Una vocecilla seguida de muchas risas se escuchó de pronto, algo se apretó contra su pie. Era el duendecillo.
-Ay ay ay qué miedo he pasado Lucía, si, si si, mucho miedo. Pensé que habías olvidado todo. Ay ay qué miedo, qué feliz soy de volver a encontrarte. – decía la pequeña criatura entre risas y lagrimitas.
-¡Ay mi Chiribín! ¿qué me había ocurrido? Olvidé mis sueños, olvidé la magia y mi corazón anhelaba algo y sólo sentía un gran vacío!- dijo mientras sujetaba en la palma de su mano al pequeño duende y le daba besitos. – Pero ahora lo he vuelto a recordar todo. Siempre seré una niña, da igual lo que haya fuera, mi interior siempre será mágico y siempre estarás tu conmigo!
Y aquel día Lucía y Chiribín cantaron y hablaron con la luna, y visitaron a las hadas. Y algo enorme y grandioso, como la llegada del amanecer, envolvió de alegría su corazón.
Desde aquel día cuentan algunas personas, no sin cierta preocupación,  que habían visto a Lucía hablar a solas y meter rápidamente su mano en el bolsillo, un comportamiento, desde luego extraño e inusual.  Y también decían que su mirada ahora tenía un extraño brillo, un brillo parecido a la luna, al sol, y a las estrellas, un brillo que no era del todo de este mundo…

A la persona que más quiero,
Mi Lucía.
Tuyo por siempre,
Sir Percy