domingo, 23 de marzo de 2014

Primavera

Lluvia, nubes. Y después de nuevo el sol. Todo pasa. Así transcurren las estaciones ahora: tan frías, tan pálidas, tan vacías. Recuerdo al principio: aquellas primaveras que florecían en un festival de vida y color. El aire perfumado con ese dulce e intenso frescor de las flores recién regadas. En toda la ciudad podía respirarse ese aroma que embriagaba la sangre de ardor juvenil, optimismo y esperanza.
Y cuando llovía ¡qué felices éramos! Todo quedaba precioso, empapado de un radiante y suave rocío, alumbrado por esa extraña y reconfortante nostalgia gris que se desprendía del cielo. Todo era mágico y misterioso. Pero nada podía compararse a tu rostro, con el cabello húmedo y pegado a tu frente sin ningún orden; y tus ojos tan oscuros y sugerentes, con esa chispa de luz tan cálida que me daba la vida al posarse sobre mí. ¿Cómo te atrevías a decir que estabas fea? En aquellos momentos eras la criatura más hermosa de la tierra. Te doy mi palabra. Aunque yo trataba por todos los medios de disimular la impresión que me causabas. No sé si lo conseguía. A tu lado estaba desarmado, me sentía desnudo, torpe y vulnerable. Me volvía a sentir como un niño, cuando en realidad me estaba convirtiendo en un hombre. Yo sólo veía en lo que tú llamabas “tus defectos”, la más absoluta perfección. Yo era esclavo de tus emociones, y tu sonrisa era para mí la primavera. Con qué alegría contenida paseaba junto a ti entre las sombras danzarinas de los tilos, aún con la humedad en el ambiente, y con las hojas derramando perladas gotas de la lluvia, que había pasado como un beso, llenando los sentidos de un aroma juvenil, de algo intenso y femenino.
A veces, distraídamente, sin darle la menor importancia,  colocabas tu mano sobre mí en una especie de caricia, y yo me estremecía. Eran mi cuerpo y mi alma quienes a la vez se estremecían. Algo en mi pecho se agitaba con vehemencia, tan intensamente a veces que creía que me iba a ahogar. Pero era tan agradable, tan misterioso, todo ese torrente de sensaciones nuevas e inefables...

Escribiendo estas líneas me pregunto por qué no se borran los recuerdos como se borran las palabras. Debería ser así de fácil. Aquellas primaveras jamás volverán. Yo no soy el mismo. La lluvia ha perdido su aroma, y el sol su brillo. Y tú ¿quién sabe dónde estás? ¿con quién estás? ¿qué soy yo ahora para ti? Sólo sé que mi mundo fue unido al tuyo, y se rompió en mil pedazos cuando desapareciste de mi vida. Sé que ya no estás, pero el corazón no olvida. Daría lo que fuera por recuperar aquellos momentos, aquellas sensaciones mágicas y brillantes. Pero todo ha pasado, tan fugaz, sin dejar rastro, como una lluvia en primavera, y apenas mi vida es un recuerdo. Y sé que ya nada volverá a ser igual.

Enrique Rull