lunes, 16 de noviembre de 2009

Breve comentario

La Hija del Rey del País de los Elfos, Lord Dunsany.

Edward John Moreton Drax Plunkett, XVIII Barón Dunsany, conocido en el mundo literario como Lord Dunsany (1878-1957), es uno de los escritores que más ha aportado al género fantástico. Sus cuentos breves bien pueden considerarse auténticos poemas en prosa. Así mismo, sus novelas de tipo fantástico, varias de ellas ambientadas en la España del Siglo de Oro, resultan obras de una belleza sin par, dónde la magia y la poesia, no exenta en ocasiones de una fina ironía, (como todos sus escritos), brillan con luz propia y alcanzan cotas de insuperable belleza y perfección.

Pocos escritores han aportado tanto a la literatura como Lord Dunsany. Su prosa cristalina es un compendio de un lirismo mágico, unas descripciones de imposible belleza y una extraña y maravillosa musicalidad que resultan inigualables. Alabado por Borges, Sprague De Camp, Lin Carter etc... idolatrado por Lovecraft, siendo una de las principales influencias en autores tan afamados como Tolkien o Ursula K. Leguin, por supuesto el mismo Lovecarft, Clask Asthon Smith, Robert E. Howard y un sin fin...sería imposible encontrar un artista capaz de, mediante una prosa poética tan elegante y magistral, evocar paisajes tan bellos que sólo los poetas en sus noches de delirio pueden alcanzar a soñar. Parafraseando a mi amado caballero de Providence H.P Lovecraft, Dunsany es un escritor que hace de cada lector un poeta también.

Esta novela es de las mejores que he leído. Por su puesto, ni su forma ni su contenido se ajustan a los gustos modernos, ni a lo que está acostumbrado el voraz lectos de "bestsellers" y otros productos de diseño prefabricado. "La Hija del Rey del País de los Elfos" (publicada en 1924) es una novela cuya trama es sencilla, que nos presenta dos mundos bien distintos e irreconciliables: el de los humanos, y el de los Elfos. Y el imparable paso del tiempo como elemento fundamental en el devenir de la novela. Sentido épico, romántico, espadas, princesas, reyes de poder inimaginable, castillos etc...son una constante en la novela.
La atmósfera de la magia del Reino del País de los Elfos es cautivadora, extraña y atractiva, y queda espléndidamente reflejada por medio de un lenguaje lleno de sugerentes metáforas y descripciones llenas de una belleza sublime y sin par; descripciones que poseen una originalidad y sentido onírico, a la par que una poderosa fuerza evocadora que hacen que el lector se sienta partícipe de esa vorágine de magia y sentido poético, inspirando visiones que pocas formas de arte pueden inspirar en la mente humana.
El lenguaje de Lord Dunsany tiene una personalidad propia. Es un auténtico poeta, insisto, aunque sus escritos no estén puestos en verso. Incluso los nombres que inventa o elige para las ciudades y personajes resultan de una grandísima belleza y sonoridad preciosa: Alveric, Lirazel...
No es un autor fácil para el lector de hoy. No es un autor que jamás vaya a gustar a todo el mundo. Creo que ha de tenerse una especial sensiblidad para soñar y para imaginar, un deseo de ir más allá de la realidad mundana y navegar por los misterios que nos rodean en la naturaleza que no se ven más que cuando cerramos los ojos.
No es mi deseo realizar una reseña de esta maravillosa novela, lenta pero no pesada, detallista, preciosa; tan sólo mi deseo es el de reivindicar a este auténtico clásico que entre la mediocridad del mal llamado mundo de la cultura y de los intelectuales de turno, ha quedado apartado y bastante olvidado. Lovecraft, tan audaz y dotado de esa especial sensiblidad para captar el arte y valorar las atmósferas preternaturales y mágicas de cualquier obra, supo ver la genialidad de este escritor, y la asimiló perfectamente.
Lord Dunsany fue un soñador empedernido, un poeta, un genio cuya magia pocos autores pueden igualar. Aquellos que gustan de soñar, de imaginar, de deleitarse con la belleza, deberían leer a este autor. Esta novela es tan lírica como épica, pero, por encima de todo, es una fantasía poética,una obra de arte, un clásico inigualable.

Enrique Rull

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