"Los grandes poetas escriben con sangre y lágrimas y agonía que, como las llamas, devoran y arrasan. Alcanzan la ciega locura con sus manos en la noche..." Robert E. Howard
domingo, 5 de diciembre de 2010
Fría Noche
Oigo tu voz trémula en mis sueños
En la última noche del verano
Susurros que me hablan del pasado
Y me traen tus sollozos y besos.
Me perdí en tus ojos abismales
Brillantes perlas de fuego y hielo
Besé tus labios, tomé tu cuerpo,
Sentí mil placeres celestiales.
¿Dónde estás en esta fría noche
Cuando la soledad cual cuchillo
Mi alma rasga, y la luna sin brillo
Sólo es una esperanza en el vacío?
Aún te busco en la niebla de mi vida,
laberinto de dolor y agonía
y sé que cuando mis labios besen
los tuyos, yo encontraré la salida.
Y el mundo no cesa de girar
Verano e invierno pasan sin parar
El paisaje cambia,
¡Y otra vez se vuelve igual!
Mas yo tu voz no dejo de escuchar…
Y llegaron más caricias,
Y besos que eran fríos
¡Y se fueron igual!
Y yo, perdido en tus ojos
En la noche
En la nada
¡Nunca te dejaré de buscar!
Enrique Rull
domingo, 7 de noviembre de 2010
Triste Sendero
Transito por un triste sendero
sobre hojas muertas
Y huellas de aquellos que se fueron,
Avanzo a tientas
Por un camino de frío hielo.
Soñé con los besos de un ángel
Mas mis sueños se rompieron
La luz que antaño era tan brillante
Solo queda de su recuerdo el anhelo.
Transito por un triste sendero
Solo, con mi corazón de fuego,
Las primaveras murieron
Hoy sólo queda el invierno.
Y oí llorar al sol y a la luna
y las estrellas tanta veces me dijeron:
“no te rindas compañero
Nosotras a otro mundo te guiaremos”
Vi sangrar el azul del cielo
Y besarse la noche y el alba
De su amor negado
Furtivo beso sincero,
¡y el rocío que en las hojas cantaba,
y la nieve que las cumbres abrazaba!
Transito por un triste sendero
No queda nada
Sólo un niño y su corazón de fuego
Y las lágrimas que cayeron
Por este triste y oscuro sendero.
Enrique Rull Suárez
domingo, 10 de octubre de 2010
La Historia de un Muñeco
Se encontraba solo, en mitad de la noche, colocado sobre un cubo de basura. La triste y pálida luz de la luna caía espesa sobre él, iluminando a duras penas sus graciosos rasgos.
El ratoncito de goma miraba fijamente las tinieblas que le rodeaban, sin inmutarse.
Sobre el cubo de basura, su pequeña figura pasaba casi inadvertida para los escasos y distraídos transeúntes que caminaban por aquel oscuro callejón.
Se sentía muy triste ahora que había perdido a su mejor amigo, un niño de apenas tres años de edad, del que nunca se separaba. Recordaba cómo, accidentalmente, había caído del cochecito en el que iba sentado Jorge (pues así se llamaba su amigo) mientras su madre lo empujaba para ir a dar una vuelta. Había caído cuando el cochecito golpeó con un bache, y ni la madre ni Jorge se dieron cuenta. Y permaneció llorando y gritando en mitad de la calle, hasta que una anciana señora lo recogió y lo dejó sobre un contenedor de basura, donde su pequeña figura era más visible. La afable señora, de bondadosos y arrugados rasgos, le dijo con una suave sonrisa: “espero que aquí arriba puedan verte, y te encuentre el niño al que perteneces, se pondrá muy feliz.” Y se marchó caminando lentamente, con una extraña expresión en el rostro que no era ni triste ni alegre, sino ambas cosas al mismo tiempo, y la mirada perdida en algún remoto y dulce pasado.
Y allí se encontraba, solo en la noche, maldiciendo su suerte, esperando ver de nuevo a su único amigo. Porque eran amigos, y los amigos no se separan por nada. El ratoncito sabía lo que era la amistad, desde que abandonó aquella tienda de juguetes donde sólo era uno más entre muchos ratones iguales; y aquel pequeño niño le hizo sentir distinto, especial, le dio cariño y amor. Y prometieron estar siempre juntos, y Jorge no iba a ningún sitio sin su ratoncito de juguete. Lo llevaba entre sus pequeños bracitos con torpeza y, algunas veces, ya que el niño era muy descuidado, lo había dejado olvidado mientas jugaban; pero siempre, en cuanto se daba cuenta, volvía corriendo a buscarle. Un día incluso, en el que el ratoncito pasó mucho miedo, llegó a dejarlo olvidado en un parque. Sus padres le dijeron que le comprarían otro igual, pero Jorge se negó, y lloró y lloró. Su madre, al fin, decidió volver al parque para tratar de encontrarlo; y lo encontró tirado junto a un banco, y lo llevó a casa., ¡Y cómo brillo la sonrisa de Jorge, con qué luz tan espléndida y radiante, al ver a su amigo el ratoncito en los brazos de su madre! Y cuando el ratoncito vio a Jorge, se percató de que lloraba a mares por él ¡Y cuán feliz se sintió el pobre muñeco de goma al ver cómo su amigo en verdad lo extrañaba y lo quería! Cesó el llanto, y una alegría inmensa de apoderó del hogar por completo.
Pasaban las horas, pero ni Jorge ni su madre aparecían. Pasaron unos jóvenes que, entre estridentes risotadas, bebían y decían bromas y tonterías varias, agitándose y golpeándose los unos a los otros. Les llamó pero no le escucharon.
“Triste de mí, yo que sólo deseo dar cariño y amistad, todos me ignoran. Nadie me ve, tan sólo una anciana señora, cuyos recuerdos vuelven al amor verdadero, y un pequeño niño, que los hombres tienen por un ser sin educar, sin formar y sin sabiduría, y tanto se afanan en que aprenda, cuando me temo que debería ser al revés. Amigo mío, allá donde estés, sé que piensas en mi, y que mi ausencia no te deja conciliar el sueño, pues sin abrazarme no podías dormir; amigo mío, debes saber que siempre estaré junto a ti, pase lo que pase, pues yo existo gracias a tu noble e inocente corazón, y nada más. Y cuando crezcas, no seas como todas estas personas que veo pasar por la vida, pues todas ellas cerraron los ojos del corazón. ”
El horizonte comenzaba ya a dibujar una línea de fuego que, poco a poco, se iba haciendo más grande e intensa, y el día comenzaba a brillar con su tenue luz. El sol, envuelto en su manto rojo, iba despertando de su sueño y, majestuoso, se alzaba hacia lo alto del cielo. La claridad matinal y la brisa fría y seca ya habían empezado a caer sobre el callejón. El ambiente estaba lleno de misterioso silencio y de la extraña paz que reina en la mañana, cuando aún la ciudad se está despertando perezosa, y todo permanece quieto y en calma.
De repente, un hombre metido en un traje verde lo levantó con brusquedad, abrió el contenedor, y lo arrojó dentro.
Volvió la oscuridad más absoluta, esta vez para quedarse para siempre.
Enrique Rull Suárez
domingo, 12 de septiembre de 2010
La Estrella y el Mar
Tú eres la estrella
Y yo soy el mar
En la noche tan bella
Nos miramos sin hablar.
Tu brillo no cesa
Tu luz celestial
Palpitando en mi alma
¡Brilla, brilla sin cesar!
Caricia es la brisa
Levanta tempestad,
Al mirar tus ojos
Y tu sonrisa contemplar.
Ondas mis besos
Desaparecen en la mar
A ti nunca llegan
¡Tan lejos, tan lejos estás!
Furia de la tormenta
Mi amor te hará llegar,
Es tu luz el camino
El puente hacia la felicidad.
Si miras a mis ojos
Tu luz reflejada verás
Te guardo tan adentro
En lo profundo del mar.
Mis olas la esperanza
Una muere, otra nace ya
Van y vienen intentando abrazarte
Mas en vano…¡Tan lejos estás!
A la luz de la luna
Te canto sin parar
Notas de amor
¡El lamento de la mar!
Eres mi estrella
Y yo soy el mar
Sé que algún día
Este océano iluminarás
Sé que algún día
Tu piel en mis aguas bañarás
Y ese día este mar brillará
Brillará más que cualquier estrella
Y con tu amor nunca se apagará.
Y mientras cada noche
Nos miramos sin hablar
Amantes en la noche
Suspirando por amar
…Y tú mi estrella
¡Tan lejos, tan lejos estás!
Con cariño para Sarah Queiroz
Enrique Rull Suárez
domingo, 22 de agosto de 2010
Amor y Sangre
Derrumbándose en la noche las estrellas desde el cielo, sentí un abismo bajo mis pies, el frío del sepulcro, el canto de las hienas, el aroma de la muerte sobre mi lecho. Desperté luego de varias horas de sufrimiento en las que pensé que la muerte no era lo más horrible que me podía ocurrir. Desperté digo, aunque a decir verdad no me hubiera atrevido a jurarlo.
Mareado y cansado, mis piernas flaqueaban a cada paso. Sentía resbalar sobre mi rostro pequeñas gotas de sudor frío.
Me asomé a la ventana. No había nada. El aliento de la muerte embriagaba mis sentidos. Volví a tumbarme. Mi cabeza ardía como un horno, las venas hinchadas palpitaban en mis sienes a una velocidad asombrosa. Volví a hundirme en ese abismo. El cielo oscuro se abría ante mí y me engullía, las estrellas danzaban burlonamente en círculos, rodeándome y susurrando horrores indescriptibles con chirriantes voces.
Varios días sin comer y creo que sin apenas dormir. No distinguía el día de la noche. Todo era lo mismo.
Me dirigí por enésima vez a su cuarto. El fino olor de la madera nueva se mezclaba con la suave fragancia de las rosas frescas. Su cama vacía. No estaba allí. Nunca regresaría.
Algo me desgarraba por dentro con una furia animal, primitiva. Me resultaba casi imposible respirar, cada vez más difícil, como si me robasen el aire.
Salí a la calle. Arrastraba mi cuerpo entre serpenteantes caminos de gris asfalto, sucio y gastado. No sabía si era de día o de noche, no era capaz de distinguir…para mí sólo quedaba un inmenso vacío, un abismo infinito de terror, miedo y tristeza.
Regresé con otro ramo de rosas rojas como la sangre en mis manos, subí a su habitación, y lo dejé con sumo cuidado sobre la mesilla. Aproveché para retirar de un jarrón unas cuantas rosas que empezaban a marchitarse. Miré de nuevo a su cama. Vacía. Rompí a llorar sin encontrar consuelo.
Las sombras se deslizaban por el pasillo como formas humanas y sentía cómo me acechaban en la oscuridad. Me repetían lo mismo que mis amigos unos días atrás: “Debes olvidarla y seguir tu vida” “Debes ser fuerte y continuar” “En esta vida hay más oportunidades” – sus voces aumentaban de volumen, cada vez más, y resonaban en mi mente como un eco, cada vez más y me hacían daño, sentía mi cabeza a punto de estallar. Me volví gritando, y golpeé la pared del pasillo con todas mis fuerzas, con inusitada violencia, hasta que mis nudillos empezaron a sangrar.
Nunca entenderían. El infierno ha venido a buscarme y a acogerme en su seno. Ella fue el ángel que me sostuvo, ahora he caído en las llamas del terror, “en esta fiebre llamada vida”.
La primera vez que volví a verla de nuevo, llevaba el mismo vestido que cuando nos conocimos. Sonreía y me hablaba. Sus palabras eran dulces pétalos que acariciaban mi corazón y curaban las mortales heridas de mi ser. Pensé que era otro truco de esta vida que ahora discurría como una función de teatro totalmente ajena a mí, sólo dejándome participar en ocasiones para reírse de mi desdicha y hacerme ver lo superflua, vacía e insignificante que es la existencia humana. Pensé que era otra broma de mal gusto, destinada a terminar de enloquecer mi torturada mente.
Tocó mi mano. Sentí su tacto, tan suave, cálido, y sin embargo sentí frío; me vi por un instante sumergido en un manantial de ternura que ya no recordaba que existiera. Cerré mis dedos en torno a su mano, aferrándome con desesperación como si mi vida me fuera en ello. Tiró de mí y de pronto nos encontrábamos caminando por un sendero estrecho de césped joven y fresco, bajo la luz de un sol que proyectaba rayos de luz iridiscente que nos envolvía a ambos en una atmósfera casi celestial. No me planteé si soñaba o no. Todo era más real que la pesadilla llamada vida que dejaba atrás poco a poco. Cada paso que dábamos, más lejos me sentía de aquel mundo de terror y oscuridad.
Pronto estábamos ante una verde colina sobre las que se alzaba un castillo con torres de resplandeciente mármol. Las puertas eran de bronce con grabados de una belleza sin par, pese a sus extravagantes formas y disposición, lograban atraer mis sentidos de una manera única. Se abrieron con solemnidad y cruzamos el umbral.
Todo desapareció.
Miré a un lado y a otro. Oscuridad. Nada. Corrí a su habitación. Las rosas, la cama vacía. Mareado perdí el equilibrio y caí al suelo. Sentía mi cuerpo como un trapo, sin fuerza, no podía ponerme en pie. El abismo me tragó. Oí los gritos de los muertos, un torbellino de voces que desde la razón me imploraban que la olvidase. Oscuras formas me apretaban los brazos y yo luchaba por liberarme de su repugnante tacto. Me golpeaban y zarandeaban con locura, me decían cosas ininteligibles, y yo luchaba sin fuerzas para que me soltaran sus insolentes garras. Me negaba a ir con ellos con toda mi voluntad, sabía que me querían mantener prisionero en su maldito mundo de horror. Caí hacia el fondo dando vueltas, deseando gritar, deseando salir, huir; implorando la clemencia y misericordia de los dioses para que me arrancasen la vida de una maldita vez.
Abrí los ojos y solo había oscuridad. Mis músculos no respondían.
Volvía a verla. Sus labios se acercaron hasta encontrarse con los míos. Aliento de vida fue aquel beso, no sé si ya en la vida o en las mismas puertas de la muerte. Sentí elevarme como una pluma al son de una agradable brisa que otorgó nuevos bríos a mis miembros entumecidos, y dio alas a mi alma hecha pedazos.
Dentro del castillo había velas encendidas sobre candelabros de oro, que iluminaban con luces mortecinas las grandes estancias, llenas de pompa y de lujo. Las ventanas estaban cubiertas por enormes cortinajes de terciopelo de color escarlata, el techo abovedado estaba pintado con frescos de singular belleza y escenas que me hacían recordar el arte renacentista.
Giré mi cabeza hacia ella y percibí en su sonrisa una tristeza velada por la alegría del momento. En sus bellos ojos como perlas resplandecientes, unas gotas de enorme melancolía no dejaban de brillar. Me miraba fijamente. Tan frágil, cubierta por una extraña palidez enfermiza, sin embargo, nunca la había visto tan bella, tan pura; nunca había percibido esa aura que enamoraba mis sentidos y me cautivaba de tal manera que el tiempo parecía detenerse y mi corazón latía con la fuerza del trueno.
Fui a hablar, a pronunciar una palabra, mas ella hizo ademán de que permaneciera en silencio. Obedecí. Sus labios se aproximaron a mí cuerpo. Vi lágrimas desprenderse de sus ojos. Me besó, en los labios, en el cuello, tan dulce éxtasis de placer y de amor que pensé que iba a morir. Sus manos me acariciaron suavemente. Su cuerpo lánguido se oprimió con fuerza contra el mío.
Y de nuevo todo se fue. Oscuridad. Corrí como poseído por el demonio hacia su cuarto. Las rosas estaban marchitas. La cama vacía. No había nada.
En mi boca aún sentía el sabor tan delicioso de sus labios… Sangre. Había sangre en mi cuello. Me encontraba tan débil que apenas me había dado cuenta. El abismo se abrió otra vez. Sentía mi alma hundirse en el infierno. Todo daba vueltas, los recuerdos se mezclaban en una vorágine de imágenes terribles, de locura, donde formas que de humano no tenían nada, me arrastraban entre aullidos infernales, y una dama de indescriptible belleza me susurraba algo que no entendía. No sentía el suelo bajo mis pies. Mi cuerpo estaba flotando en un mar de oscuridad, en mitad de la nada, acosado por abominaciones sin nombre y espectros que tiraban de mí con fuerza hacia un lugar desconocido.
Abrí los ojos. Me encontraba tumbado en la cama, y percibí a mi lado una figura. Todo se fue aclarando poco a poco. Era un hombre de elevada edad, con bigote y gafas. Me sonrió. Se presentó amablemente, me dijo que era médico. Me dijo que ya me encontraba mejor. Que extrañamente los últimos días había perdido mucha sangre, y padecía una extraña fiebre, que me hacía tiritar, delirar y decir cosas incoherentes. Me dijo que la muerte de mi esposa me había afectado demasiado y que debía guardar reposo y serenarme, y no moverme ni realizar esfuerzos. En un rato, llegaría una enfermera para cuidar de mí. Así, se marchó, saludándome atentamente y con amabilidad.
No moví un solo músculo de mi cara. En cuanto me quedé a solas, me incorporé con gran esfuerzo, y me dirigí a su habitación. Las flores marchitas, la cama vacía. Pensé que me iba a marear, aún seguía muy débil, mas logré reunir fuerzas para salir a la calle.
Cuando regresé, deposité las rosas rojas en su cuarto, en la mesilla, y retiré las marchitas. Miré a su cama. Allí estaba ella, sentada, esperándome.
Sus ojos eran charcos de lágrimas, su mirada tan triste y lóbrega parecía implorar un perdón. Por sus labios aún quedaban gotas de roja sangre. Me dijo que me fuera, me lo pidió por su vida y por su alma. Me rogó de rodillas que me alejara. Y no le hice caso. Me arrastré hasta ella y la abracé y la besé con toda la pasión del amor, y dejé con gusto que bebiese mi sangre. Así, juntos, cruzamos el umbral de la muerte, y logré dejar atrás esa fiebre llamada vida.
Enrique Rull Suárez
domingo, 25 de julio de 2010
SIN TU CARIÑO
Es del sol el calor tan frío
La luz se consume en un llanto,
En un suspiro,
La brisa ahora corta cual cuchillo
Su susurro es solo un canto,
Un alarido,
Resonando como un eco en el vacío.
A tu recuerdo me abrazo
Para poder seguir mi camino
Hay dolor en cada paso,
Tan oscuro atisbo mi destino…
En la memoria el néctar de tus labios
Tu suave piel mis heridas curando
Tus palabras bañadas por los encantos
De una ilusión que se rompió en mil pedazos.
¡Es del sol el calor tan frío,
Es tan tenue luz sin brillo!
Sin tu cariño
Es imposible encontrar sentido
En este mundo tan oscuro y vacío.
Allí te esperaré,
Más allá de las nieblas del olvido
Donde los ángeles funden su destino
Y la nieve es un cálido manto divino,
Y los besos son tan puros como el rocío;
Allí te esperaré,
Dónde el sol ilumina mi camino
Que es un sendero labrado con tu cariño
Y tu amor es el aire que yo respiro
¡Mi única esperanza de poder seguir vivo!
Enrique Rull Suárez
domingo, 25 de abril de 2010
Soy Yo...
Si al cerrar los ojos
En la fría noche estrellada
Sientes como si una mano acariciara
Dulcemente tu mejilla sonrosada
Y cual bandido un beso
De tus rojos labios te robaran,
Soy yo que te sueño
Y es tan grande mi deseo
Que mi alma ignora el espacio y el tiempo
Y libre vuela en esa noche estrellada
Y te encuentra y te abraza y te ama,
Aunque tú sólo sientas el susurro del viento,
¡Soy yo que te sueño!
Si cuando miras al vacío
Oyes débil en la noche un ruido
No es la brisa en la ventana
Ni de ningún animal el sonido
Soy yo que tu nombre grito,
Y mi amor la palabra hechiza
y cual mariposa vuela a toda prisa
y se posa en tus oídos
y susurra tu nombre con cariño,
suavemente un suspiro…
Aunque solo oigas un leve ruido
¡Soy yo que tu nombre grito!
Es el amor del infierno las llamas
Y del cielo el más bello ángel con alas,
Es tan fútil el calor de una noche,
Y eternas de un corazón las lágrimas…
Nunca fuiste mía
Quizás nunca te debí conocer
Mas nunca podré olvidarte
Nunca, nunca te olvidaré.
Enrique Rull Suárez
domingo, 11 de abril de 2010
Una Tragedia En La Nieve (Cuento)
domingo, 14 de marzo de 2010
En tus ojos
Si en la noche más oscura
Tus ojos me miraran
Si tus labios con dulzura
Palabras de amor susurraran,
En una noche eterna viviría
Por tu cariño el sol cambiaría,
Y las estrellas y la luna y su brillo
Pálidas luces sin sentido,
Las cambiaría todas por tu cariño.
Si tus ojos me miraran
El cielo en mi pecho tendría
Y el mundo ya no giraría;
Si tus labios me besaran,
De este infierno escaparía.
Es la ilusión la primavera
La realidad vuelve en otoño
Hoy las hojas bailan y ríen
Danzan alegres en mil colores
Mañana, grises caerán muertas
Y la tristeza asomará a los corazones.
Y de nuevo el sol brillará,
Y de nuevo el otoño volverá…
Es mi vida tan oscura
Una noche tan cerrada
No conoce la ternura
Mi alma desencantada,
Y aún así brilla el amor
Una llama en tu mirada
Como la primavera trae el calor
Tú me traes el aire que me falta,
Mi luz en la noche
Mi última esperanza.
Enrique Rull Suárez.